Ella, pasea
su perro feliz, lo coge y lo besa, le dice cariño, lo lava y lo desparasita.
Ella, o el, se encuentra un mendigo por la calle, que Dios sabe la vida como le
ha tratado, y se aparta de él. Para el humano, no hay paseo tranquilo, ni beso
de consuelo, ni caridad, ni agua. El humano es el bicho.
De la cara de
asco al tweet de jugo gástrico. Un torero ha muerto y esa especie que creía en
peligro de extinción aparece con fuerza en su máximo esplendor. Porque solo los
tontos del pueblo son capaces de alegrarse de la ausencia de felicidad, de la
falta de besos, del cariño y el abrazo, del lloro que ya no tienen consuelo, de
una familia destrozada, de una mujer que ha visto cómo se van las ilusiones y
como el recuerdo llega, con mirar al cielo, con tocarse el pecho, con cerrar
los ojos y pensar en acariciar su pelo.
Da pena
encontrarse a muchos “tontos del pueblo” por las redes sociales, escondidos
tras un perfil falso y sin dar la cara. Pienso y no comprendo como hemos podido
llegar a tal pudrimiento de la sociedad. Porque este sin sentido, este
esperpento, se ha extendido como la plaga de las tórtolas argentinas por los
parques de nuestra querida España.
Espero que
algún día la paloma española se revele. Que la sociedad vuelva al humanismo y
que la tórtola argentina se vaya. Que cuidemos a los animales, que seamos
felices con ellos pero que el respeto por el humano este ahí, cuando el humano
ha sido lo más humano. Y si el respeto no llega, ojalá la paloma española,
cuando pasee por el parque, le deje un recadito. Para recordarle al individuo
lo que es.
Fran Pérez
@frantrapiotoros
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