Una tarde de
martes a las seis, la ilusión se condesó en una gota. Como el nacimiento de un río fue saliendo poco a poco de la cueva. Una cueva, que por la erosión estaba
cada vez más abierta. Y en el trascurso, sonaban oles de mentira a un torero
con bata blanca y mentiras disfrazadas de la boca de un dúo. Y no precisamente
el dinámico.
Con este
panorama, a las seis y media ya sonaban los truenos. Tormenta en el valle de la
flojera. Y Dios, que ya no es tan duro, se aguanta el pañuelo que da gusto,
cuando el color tiende a la esperanza, y lo suelta tan ricamente, cuando el
pico ejecuta una obra de cualquiera. Ver para creer. Como cambian los dioses
ante las leyes de los humanos. O de alguna Junta.
Y la gota
siguió su camino por la comisura. Mientras en la montaña del aburrimiento, la
erosión del descaste y la monotonía había abierto por completo la cueva. Y
empezaban a producirse movimientos de tierra en la cumbre de la montaña.
Pensaran que
estoy loco. Que qué tiene que ver una gota con una tarde toros. Que de que me
esta hablando este tío. Pero la tarde ha sido tan plana, tan vacía, tan
superficial, que el aficionado se ha convertido en montaña reposada en sofá de
tarde. Que la erosión era el sueño que producía tan lamentable espectáculo. Y
la cueva, la boca de donde salía los truenos por ronquidos y el nacimiento de
esa gota condesada, que no es más que baba, que desemboca en un topetazo, como
el que se ha llevado la ganadería predilecta de las figuras del toreo, en la
camiseta de cualquier aficionado.
Otros optaron
por apagar la televisión y alguno, ya escarmentado, ya se fue de esto cansado
de tanto dormir.
Que falta nos
hace a los aficionados una tarde de fiesta. De fiesta de bravura y casta, y de
toreros que conviertan la gota de baba en agua de lágrimas de emoción y camisas
partidas por el toreo de verdad.
No quiero
dormir.
El puyazo de Fran
Pérez @frantrapiotoros
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