En Murcia, hace la friolera de treinta y cinco años, un
rubio maestro de la torería tomaba la alternativa. Aquella tarde calurosa del
81; el memorable Paco Camino le cedía los trastos a un joven lorquino vestido
de gris perla y oro, en presencia del no menos destacable torero manchego Dámaso González;
para engrandecer la personalidad de la torería.
Y es que no se puede hablar de personalidad en el mundo de
los toros, sin mentar a Don José Jiménez Alcázar, el gran Pepín. El torero. Mi
torero. Nuestro torero.
Ya pueden ser por Murcia los gustos toreros como los colores
del arco iris, que el acuerdo siempre llegará con la trinchera y el pase de
frente que volvió loca la catedral del toreo. Porque Pepín Jiménez, el de
Lorca, es torero de Madrid. Y digo es, porque nunca se fue. El torero eterno,
que seguirá siendo torero en la palabra de nuestros hijos y nuestros nietos.
En el corazón de los lorquinos, de algún murciano, de un
calasparreño con barba con nombre de Lalanda y general de todo el que aprecie
la genialidad en el toreo, Pepín Jiménez es una religión. Somos Pepinistas y al
le debemos la devoción por una fiesta única. Por él y por su historia somos
capaces de unirnos a otras religiones toreras para defender la riqueza de la
tauromaquia y ponerla en valor como algo excepcional. Por él, lucho sin cuartel
por la reconstrucción de una plaza que forma parte de su vida y en la que con
su muleta dio sermones de afición para que hoy yo pueda decirles que Sutullena,
la plaza de toros de Lorca, también es mi plaza y mi joya. Qué pena que sus
propietarios mayoritarios no la consideren así. Se ve que no prestaron atención
en su momento.
Felicidades Maestro. Yo, aquí, un discípulo suyo, que trata
de pegarle pases de frente a la vida.
Fran Pérez @frantrapiotoros
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