En estos
días, cuando la luna quiere ser albero y se agranda para intentarlo, somos
muchos los que la miramos y encontramos la respuesta para lo que nos quita el
sueño. Ella nos dice que seamos toreros, que en cada paseíllo que la vida nos dé
la oportunidad de hacer, no perdamos la gallardía ni el respeto.
Que se marque
en el ruedo la pisada y que tengamos vivo el recuerdo. Que antes que tú, han
sido muchos los que se han jugado la vida, los que han cavilado por un sueño,
los que han rezado para paliar el miedo y los que se han arrimado para
eliminarlo por un momento.
Es inevitable
que salga el toro, y si es bravo, ¡para que te cuento! Pero hay momentos en los
que te piensas que estas bien, que todo va sobre ruedas y si se viene de largo,
el triunfo está en la mano, pero luego viene el lamento.
Pitos cuando
pensabas en palmas, ovaciones que son broncas y almohadillas al viento. Y en un
instante la decepción se apodera de ti, no le ves los pies al desencuentro.
Sigues andando, no hay más remedio, pero tu cuerpo en cada paso va llorando por
dentro.
Pero al poco
entiendes que llorar no sirve para nada. Es sólo el trámite que hay que pasar
para que el alma limpie la ceniza y vuelva a ser fértil.
Y aunque ya
el siguiente toro no venga de largo y sea amplio de cuna, llevas aprendida la
lección, vas poco a poco, sin creértelo. Y la semilla del alma va creciendo,
sin que te des cuenta, cada día un poco más y va llegando el reconocimiento, en
su justa medida, como debe ser, es la única manera de mantenerlo.
Pero a la
semilla le llega el momento de florecer. Y en ese momento, sin mirar atrás, el
sentimiento se junta, el sueño ha llegado. Y la bronca ahora es ovación, la
lagrima una nube de pañuelos, los pitos son oles rotundos y el olvido son llamadas
de teléfono. Y te das cuenta que el esfuerzo mereció la pena. Toca vivir la
realidad. Sin esperarlo.
Fran Pérez
@frantrapiotoros
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