Cuando salió de aquella casa de los
límites de Lorca con Pulpí, con una mano delante y otra detrás, soñando hacer
el esfuerzo para algún día ser reconocido y escuchar esos oles que alimentan y
te hacen crecer en la catedral del toreo, sabía que esto de destacar en la
fiesta de los toros era difícil, pero luego, cuando las gentes hacían de San
Pedro y le negaban tres veces, o cuando alguien se acercaba sólo a por la bolsa
de monedas, vio que lo difícil no era más que un escalón de la escalera
infinita de la fiesta de los toros, para llegar a lo más alto.
Torear novilladas ya era un premio y
debutar en tu pueblo casi un milagro. Pero para la gente buena, siempre hay un
hilo conductor que hace que el milagro se produzca, y por aquel tiempo, la vida
sabía el futuro que le deparaba, pero decidió curtirlo, para que su grandeza,
su humildad y su corazón fueran lo que engrandecieran y coronaran las dotes de
su mano izquierda.
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