Que no quede
desapercibido hoy, que un luchador de la vida amaba la fiesta de los toros. Si,
como lo leen. Cual torero agarrado a su muleta, Federico dio naturales a la incomprensión
en busca de la puerta grande de la libertad. Y cuando se torea duele. Y cuando
se tiene más talento que el rival se produce la envidia. Y de la envidia, la
maldad.
Federico García
Lorca, un torero con espada por pluma y muleta zapatera prodigiosa, que
arrastró su capote sobre el albero yermo de la dictadura y cuajó romanceros
gitanos en noches de sueños de viaje a la luna.
80 años hace,
80. Y la cultura sigue en llanto. Y esa tauromaquia que defendió sigue
impregnada por la injusticia. Afortunadamente España cambió, pero no se fue esa
idea de derribar desde arriba al que puede pasar por encima de ti. Y de
ejemplo, sólo tenéis que ver los carteles de las ferias, y el miedo a que los
aromas de libertad derriben los muros dictatoriales de la casa de Bernarda Alba
que tienen montada las figuras del toreo.
Donde quiera
que este, el mundo del toro le debe un gran homenaje. Que alguien como el
dijera esto: «El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España,
increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido
principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos
sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que los toros
es la fiesta más culta que hay en el mundo»; pone “a las cinco de la tarde” a
toda clase de seres poco estudiosos que hablan de progresía y que en la vida
han leído a los suyos.
Viva la
Cultura. Y por tanto, Gloria a la fiesta de los toros.
Por Fran Pérez
@frantrapiotoros
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