Cumbre alta,
con nieve perpetua. Bruma ceniza de hoja seca. Tormenta ronca de sabio trueno.
Con la movida, la gloria. La sustancia, la izquierda. Girar, la virtud. La obra,
el natural. El perfume del toreo.
Con él, un
toro blanco, uno de Garzón y hasta un Victoriano del Río, bajo la lluvia del cielo
olivarero, la conjunción perfecta y el olé verdadero.
¡Fuera las morisquetas!,
y del amarillo, ni me acuerdo. Tal fue su grandeza, que hasta hizo un color
torero y de un “sabe torear” la bendición y esperanza para el compañero.
El negro se
lo llevó, pero no el de los cuernos. Su maestría
se quedó y hoy os la recuerdo.
4 años sin
Chenel.
@frantrapiotoros
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